Jue. Mar 28th, 2024
Foto: Cortesía

(El aire del amor es lo que nos embellece y armoniza, sostenido en la acogida y sustentado en un abecedario de consideración recíproca; es una brisa liberadora que nos trasciende y nos enciende la dimensión espiritual, haciéndonos más humanos y rehaciéndonos hermanos).

I.-  AMAR AL CRUCIFICADO NOS SALVA,

LLAMÁNDONOS AL AMOR ENTRE NOSOTROS

Con Jesús somos una única pulsación,

un genuino cuerpo en firme donación,

que grafía con Él en un manso oleaje;

porque seguir a Cristo es querer amar,

es no ser uno para sí, sino en los otros.

No hay mejor venida que revolverse,

que hallarse y reconocerse en quietud,

que sentir el deseo de quererse y amar,

que dejarse abrigar del sol conciliador,

que es lo que nos acuerda y fraterniza.

Amarnos es vincularnos con el Padre,

es pedir volver a Él a través del Hijo,

es promover linaje y concebir estirpe,

es como llegar a la sublime habitación,

donde se conjuga la paz con la poesía.

II.- DIOS NOS REVIVE SIEMPRE, 

NOMBRÁNDONOS EN LOS ASOMBROS DE SU PASIÓN

Nuestra mirada debe alzarse al Creador,

hondamente impregnada de confianza,

de convicción en la mediación celestial,

donde nada se resiste y todo se serena,

en medio de la angustia y el sufrimiento.

Por muy oscura y ciega que sea la noche,

los recios silencios del Señor nos llaman,

a prestar oído y a renacer cada mañana,

con una renovada confianza libertadora, 

que repica en lo más recóndito del alma.

La imagen del Redentor por el universo

continúa activa, con el follaje de la cruz,

abriendo camino por las aguas perversas,

tras mudar los corrientes del mal en bien,

y mantener esta ruta por voluntad divina.

III.- EL TRIDUO SACRO NOS REVELA EL MISTERIO,

CITÁNDONOS A VIVIR UN AMOR SIN LÍMITES

El amor que el Crucificado nos propone,

es un afecto tan exigente como objetivo,

que nos traslada a despojarnos de cosas,

a cohabitar de corazón a corazón juntos,

y a coexistir con el espíritu del donante.

Proteger el misticismo del triduo sacro,

nos trasfiere a observarnos inmaculados,

a reorientarnos hacia la realidad celeste,

con la certeza de que cada palpitación,

es un volver a reencontrarse en alianza.

Lo armónico es lo que produce la vida,

y la vida es lo que nos reproduce el ente,

un ente que nos fuerza a ser y a estar ahí,

como cantautores de ecuánimes léxicos,

autores de voces claras y actores de luz.

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