Jue. Mar 28th, 2024
Foto: Cortesía
Por: Víctor Corcoba Herrero / Escritor

“La consideración de unos hacia otros ha de ser fundamento de cualquier otro derecho”

Necesitamos repoblarnos de humanidad, sentirnos vivos frente a tantas inútiles contiendas, verdaderamente destructivas y desoladoras. Sólo hay que ver el aluvión de víctimas de guerra, ya no únicamente en términos de muertos y heridos, de pueblos derrumbados y de medios de vida truncados, comenzando por nuestro propio hábitat, un medio ambiente cada día más castigado por aguas contaminantes, por cultivos quemados, por bosques talados, suelos envenenados y animales sacrificados, entre la multitud de mártires indefensos, que meramente buscan salir de la ruina y de las batallas, convivir con la ilusión de poblar el entorno y difundir en ella los ánimos de lo armónico. Ojalá aprendamos a conversar.

La consideración de unos hacia otros ha de ser fundamento de cualquier otro derecho. Por encima de todo, hace tiempo que me digo a mi mismo, que quiero ser el artífice de mi vida, no la víctima de estos nefastos pedestales interesados que nos llevan a la deriva de todo. No olvidemos que la clemencia es el principio del buen tino, y el respeto por los que viven a nuestro lado el mejor tono; junto a esto habita la primera condición para saber vivir, un timbre imborrable de comprensión. Esto sí que es una gran lección para llevar a buen término.

 Desde luego, la primera víctima de este desconcierto viviente, lo ocasiona el pudiente guión de la hipocresía, que hace tiempo que se ha tragado el espíritu de la autenticidad. Sin duda, continúa siendo el colmo de todas las maldades. Contribuye a que todo se contamine por el vicio de la mentira. Hoy más que nunca echamos en falta biografías reales de vidas francas y sinceras. Sea como fuere, no podemos proseguir cultivando la indiferencia en nuestro paso existencial, se nos requiere humanamente para socorrer un soplo de verdad, para hacer un mundo más justo, liberador de todos los miedos, pues ya está bien de torturarnos entre sí, de ser dominadores en vez de solidarios, que es lo que realmente nos fraterniza, frente a mundanos lenguajes que nos esclavizan.

Ya está bien de que nos golpeen políticas ilícitas, que nos dividen por los sistemas de ganancia insaciable y las repelentes tendencias ideológicas, manipulando actuaciones sensatas y cometidos de personas coherentes. Indudablemente, este ciego arrojo corrupto es tan criminal como inmoral, y representa la mayor traición a la entereza pública.

Por si fuera poco, el desmoronamiento, es aún más perjudicial en tiempos de crisis como el presente. Deberíamos actuar, inevitablemente, con mayor claridad y unión; sobre todo para crear, sin demora, unos sistemas más sólidos para la rendición de cuentas, la honestidad y la integridad.

También se me ocurre pensar en esas gentes que abren fuego, en lugar de cerrar heridas y conciliar sentimientos. A los sembradores del terror, que continuamente desprecian la vida de todo ser humano, hay que transformarles. Resulta absolutamente injustificable e intolerable que se produzcan estas bochornosas situaciones, dondequiera y cualquiera que las lleve a cabo, ya que los seres humanos hemos venido a la vida para poblarnos de mansedumbre, no de intransigencia, dando lo mejor de uno mismo hasta empaparse de entrega y serenidad, sabiendo que la única ganancia que permanece es la de haber contribuido a la construcción de otro mundo más habitable.

Lo importante, en consecuencia, es un sano diálogo y el compartir experiencias. Pongamos, en escena permanente, el llamamiento a ese encuentro de pulsos, que nos invitan a la concordia y al cultivo del amor verdadero. Sin ir más lejos, la pandemia de COVID-19 lo que pone de relieve es la necesidad de reforzar la cooperación global para hacer los avances científicos accesibles, transparentes y, en última instancia, más eficaces. Conseguir una vacuna que sea un bien público mundial, será una gran virtud, propia de una mente sabia y humana.

Dejaremos de atormentarnos en la medida en que nos auxiliemos recíprocamente. Por desgracia, nuestro gran suplicio en la vida proviene de no vivir y no dejar vivir, de que nos hemos vuelto egoístas y de que estamos solos.

Por consiguiente, hay que despojarse de soledad y también de todo victimismo. Nos hace falta compartir más y dejarnos acompañar por los innatos valores y principios. Acoger lo que hay de bueno en la experiencia de los demás, por si mismo ya es un gran avance. Lo importante es no cesar en el empeño. Buscar la certeza y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre corazón a corazón a un anhelo común, más fuerte que la represalia, es toda una victoria humanística.

Este tipo de glorias son las que nos alientan. Rompamos la cadena de venganzas. Sólo así llegaremos a esa regeneración planetaria de moradores, con sus clarividencias depuradas, de todo germen que consuma su energía vital. Los horrores tienen que ser agua pasada que no mueve molino, si en verdad queremos recuperarnos, rehabilitarnos y hasta retroalimentarnos condescendientemente. Al fin y al cabo, uno no puede dormir bien si se ha acostumbrado a practicar la estupidez del mal, esencialmente antinatural, aunque nos persiga con su sombra y coma de nuestro plato.

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