Sáb. Abr 27th, 2024
Foto: Cortesía

«Tenemos que actuar como una familia, abordando colectivamente los desafíos
para encontrar soluciones vinculantes, encaminadas a sustentarnos unos a
otros, a través del cuidado, tanto de las personas como de la casa común».

Por Víctor Corcoba

En medio de un progresivo temporal de despropósitos humanos,
con un creciente huracán de incertidumbres, un aluvión de crisis diversas,
un tremendo desconcierto atmosférico y una honda injusticia global;
reivindico otros posicionamientos más lícitos y equitativos, que sirvan de
apoyo a esas gentes desfavorecidas y abandonadas. Sabemos que cualquier
cambio requiere siempre de valor y valentía, para enmendar sistemas
financieros indignos, ya que suelen servir únicamente a los intereses de los
más pudientes del planeta. Ante esta realidad, hemos de asumir el dar
aliento mediante otro aire más justo y creativo, con posiciones firmes que
generen amor fraterno y amistad social, ya sea de asistencia inmediata al
desvalido, adaptación al cambio climático o de otras prácticas más
solidarias en la actividad económica, teniendo en consideración al conjunto
de todos los pueblos y de sus moradores. Reunirse y unirse, por
consiguiente, es el comienzo para juntos trabajar y poder salir de este
caos.

                No más escapatorias, el periodo de las promesas incumplidas
debe terminar de una vez por todas. En este sentido, considero prioritario
socorrer a los países menos adelantados a superar sus vulnerabilidades. En
consecuencia, será bueno activar otras poéticas más reales e inclusivas, que
no dejen a nadie atrás, ante la crisis del costo de la vida. Desde luego,
también el apoyo fiscal debe de focalizarse en los grupos más afectados por
la carestía de los alimentos y la energía; al tiempo que para mitigar el
cambio climático, apelamos a la justicia, persistiendo en la tarea de
limitar las emisiones y promover la inversión ecológica. Este avance no es
nada fácil, pero sinceramente tenemos que actuar como una familia, abordando
colectivamente los desafíos para encontrar soluciones vinculantes,
encaminadas a sustentarnos unos a otros, a través del cuidado, tanto de las
personas como de la casa común.  Lo importante, pues, es esa generosidad que
genera savia y buenos hábitos.

                El sustento tiene que ser vital para toda la humanidad, lo
que avivará un talante de paz y no de conflictos. Pensemos en lo que
gastamos en la fabricación de armas. Por otra parte, también el talento
hemos de ponerlo igualmente al servicio de la creación y no del saqueo.
Recapitulemos, más tarde, sobre la deforestación. Ojalá aprendamos a
posicionarnos hacia unas finanzas que se pongan al servicio de la
ciudadanía, y sobre todo de los más frágiles, activando un quehacer seguro y
decente, que desarrolle las capacidades y suprima la pobreza. Por cierto,
puede que sea eficaz aprovechar el poder de la ciencia, la tecnología y la
innovación, al menos para luchar contra las flaquezas mundanas. Bajo esta
perspectiva, también nos conviene dialogar mucho y escuchar más. Al fin y al
cabo, para caminar mancomunados y ponerse de acuerdo, se requiere confrontar
ideas en la búsqueda de proyectos cooperantes, compartidos y sostenibles.

                De ahí la grandeza de activar las posiciones en positivo,
principalmente a la hora de movilizar el espíritu solidario en todas las
culturas, a fin de revitalizar las alianzas mundiales, mejorando el comercio
internacional, sumando capacidades y retomando con nuevos bríos el respaldo
a los países menos adelantados. Todo esto contribuirá a que las crisis en
cascada que padecemos ahora y que suele impactar en la salud, la educación,
la paz y la seguridad o la alimentación, golpee cada vez a menos personas.
De eso se trata, de poder levantar cabeza, en esos territorios con un
crecimiento económico débil, con una inflación creciente, con enormes
interrupciones en la cadena de suministro vivencial, incertidumbres
políticas y una deuda insostenible. Ojalá sepamos tomar el rumbo de la
conciencia a la hora de encaminar los pasos hacia un horizonte más humano,
capaz de resistir el cansancio, el sufrimiento y el aluvión de adversidades
que a diario se nos puedan presentar.

                Con el arrojo propio de un ser pensante, que no acepta el
conformismo ni tampoco cruzarse de brazos, que sabe renacer y hacerse
fuerte, con sentido de responsabilidad, conscientes de que el presente y el
futuro es nuestro y radica en nuestras manos, ya que depende en parte de
nuestro trabajo y aunque sea necesaria la ayuda, es fundamental no
desfallecer y estar en disposición de acoger. Evidentemente, el mundo es
algo más que un problema a resolver, es una llamada a hacer familia, a
entrar en razonamiento con todos, hermanados por una misma inquietud, la de
mejorar la calidad de la vida humana, sin degradarnos como gentes de palabra
y considerando la diversidad de opiniones. Basta mirar la situación para
observar que nada se reconstruye por sí mismo y que no hay mejor soporte
para ello, que el diálogo, basado en sólidos valores éticos, lo que facilita
la solución de los conflictos y favorece el respeto.

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