Vie. Abr 19th, 2024
niño niña computadora

Por Margarita Burgos

Una de las grandes dudas que acecha a los padres es cómo manejar la libertad que le dan a sus hijos. No es fácil saber cuando darle alas y cuando ser precavidos. El tipo de libertad será variable a medida que los niños crezcan y vayan alcanzando su madurez, pero en el camino hay una enorme gama de matices que podrían confundirnos.  
La manera más sencilla de medir su desarrollo es procurar que muchas de las cosas en que normalmente les ayudamos, ellos las vayan haciendo por sí solos. Eso, además de hacerlos más responsables, los volverá más seguros de sí mismos.

Por ejemplo, se recomienda que desde que el niño nace dejarle que establezca su rutinas, sobre todo si éstas son bastantes adecuadas. Así debe ocurrir en las diferentes etapas de su vida. Cuando empieza a comer, irlo dejando poco a poco hacerlo por él mismo. Igual, años después, a la hora de cómo vestirse y elegir su vestuario. Eso le da autonomía por un lado y responsabilidad por otra.  

Con la edad, todo va cambiando. Se supone que las libertades irán acordes con las necesidades del niño y el grado de madurez que vaya adquiriendo con la educación autosuficiente que le vamos creando. Por supuesto, esto no quiere decir que serán niños militarizados, pues hay que ser flexibles también y escucharlos mucho.

Entre los 12 y los 15 años empezarán a necesitar más autonomía y salir más, ya sea solos o con amigos. Será fundamental que los padres contribuyan a desarrollar esa madurez con actividades cotidianas en casa. Un ejemplo es darles responsabilidades como colaborar con algunas tareas hogareñas o manejar el dinero con criterio.

Más allá de que creamos que ya son autosuficientes, los permisos deben ser graduales. Se les puede dar la libertad de salir, pero sabiendo dónde van, con qué compañía y saber si en dicho lugar habrá algún encargado adulto. Lo ideal es ir paso a paso: el primer día podemos llevar a nuestro hijo a su destino y recogerlo después; la segunda vez dejarle estar fuera por más tiempo y el tercer día permitir que vaya él solo.  

Dependerá mucho del contexto, de la ciudad y el país donde vivamos. Pero desgraciadamente cada vez hay más países donde no debemos perder de vista a nuestros hijos, cada vez hay menos lugares seguros.

Puede ocurrir que el padre y la madre no coincidan en los permisos a otorgar a sus hijos. Es normal que uno de los dos sea más flexible y otro más duro. Lo ideal es no discutir estas cosas delante de los hijos y tratar de encontrar un consenso antes de hablar con ellos. Además, hay que pensar que no somos infalibles y que aun con consenso algo negativo puede ocurrir y sin ser necesariamente culpa del padre que más propició ciertas libertades.  

Esto nos hace estar alerta todo el tiempo, y si bien no hay que llegar al extremo de rastrear sus movimientos con una app con GPS, sí es bueno estar en contacto con ellos a través de mensajes de Whatsapp, por ejemplo. La tecnología puede ser de gran ayuda, no para efectuar un control estricto que pueda molestar a nuestros hijos pero sí para no perder contacto.  

A medida que los padres van viendo el grado de responsabilidad de sus hijos, los permisos pueden aumentar. Pero para eso es importante la sinceridad a la hora del diálogo entre ambos. Siempre es bueno recordarles el dicho: “Una vida para construir la confianza y un minuto para perderla».

Traicionar la confianza de un padre es lo peor que le puede suceder a un hijo. Serán los padres que deberán juzgar el grado del error y de la intención con el que cometió para aplicar un castigo, que normalmente consiste en perder parte de los privilegios y las libertades que se tenían antes del paso en falso. 

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