Vie. Abr 26th, 2024
Foto: cortesía

De repente la muerte tuvo rostro. Las estadísticas frías, lejanas, se transformaron en muertes tristes y cercanas. Los infectados dejaron de ser “los otros”. La tristeza se confundió con el miedo y este con el asombro al constatar que, en efecto, el mundo estaba detenido. Para colmo el funeral solidario y acompañado fue sustituido por el entierro solitario.

Nos distanciamos para sobrevivir, mientras nos moríamos por volver a abrazarnos los unos a los otros. Ese otro distante y cercano vino a ser nuestro espejo de nuestra mayor crisis, la existencial. Mientras tanto, el planeta asumió su merecido descanso. Su cuarentena de los humanos, que por años hemos sido el virus de la Madre Tierra.

En el 2020, nos dimos cuenta de que aceptar estar equivocado puede salvar vidas, muchas vidas. Que estar comprometido en tener la razón no hace la diferencia.

Los médicos, enfermeras, socorristas y demás personal de salud en su anonimato se convirtieron en los más útiles e indudablemente los más importantes.

En el 2020 también deja la enseñanza de que un simple tapabocas, lentes, careta, la vestimenta y el tener hábitos higiénicos puede salvar muchas vidas, principalmente la propia, además fue el año que convirtió clases, tareas, salidas de amigos, festividades y demás, de forma virtual.

Por su parte, El Salvador desde un principio se preparó para tal catástrofe sanitaria que se aproximaba, inició cerrando fronteras, aeropuertos, exigiendo el uso de mascarilla y demás, sin embargo, el 18 de marzo llegó por un punto ciego, el primer caso positivo, caso que produjo cuarentena estricta por meses desde el 21 del mismo mes, además sumó más de 30 mil contagiados por el mismo.

Actualmente todo ha vuelto a la normalidad, empresas, negocios, bares y restaurantes laborando al “50%”, aunque lo visible es otro, exigen el uso de mascarilla, alcohol gel y demás, sin embargo, el virus endémico está presente en las vidas y en la nueva normalidad.

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