Mar. Abr 23rd, 2024
Una luz nueva

(El amor, cuando se conjuga a corazón abierto, acrecienta la vida en su
esencia divina y aminora toda realidad amarg
a).

I.- LA CARICIA DE UNA MIRADA EN CONJUNCIÓN
Sí todo latido germina de una mirada,
y toda mirada brota de una esperanza,
y toda esperanza se gesta de un anhelo,
y todo anhelo florece de una efusión,
hagamos el camino enterneciéndonos.
No hay mayor ternura que advertirse,
correspondido por el amor y amarse;
que fundirse abrazado a unos labios,
hasta licuarse de alientos sincrónicos,
que custodien el espíritu de la pasión.
Dejémonos experimentar por el furor,
tomemos como resguardo el corazón,
que a reverenciar se aprende amando,
cultivando el afecto sin pausa alguna,
pues esto es lo que cautiva y enamora.

II.- EL PULSO DE UNA VIDA EN COMÚN

Tras el amor que nos une al Creador,
el pulso de una existencia nupcial,
es el máximo acorde que poseemos,
vertido en un gran proyecto propio,
de unión y comunión por siempre.
Quien está enamorado, no se plantea,
que esa conexión pueda tener final;
confía en que perdure en el tiempo,
como referente y referencia de luz,
pues toda alianza es un eterno verso.
No hay mayor fidelidad que ser uno,
observándose feliz de formar parte,
como si fuese un anticipo del cielo,
volviéndose fecundo en el nosotros,
que es lo que nos hace nacer cada día.
III.- LA RELACIÓN SINCERA EN UNO MISMO
Somos como esa flor que se entrega,
al despertar del crepúsculo matutino,
abriéndose al espíritu para cohabitar,
y concebir al prójimo más próximo,
a uno mismo y a lo que nos envuelve.

Dios nos ha elegido en relación franca;
necesitamos ascender, dar y donarnos,
ofrecer continuidad a nuestros pasos,
querernos más, para poder valorarnos
y evaluarnos, en los talantes y talentos.
Sin esta verdad es difícil peregrinar,
apasionarse por el verso y la palabra,
enamorase del que va a nuestro lado,
perder la cabeza y recuperar el soplo
de la ilusión, sin la corona de espinas.

Víctor Corcoba

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