“La verdad siempre reverdece en la bondad, que es por sí misma, un acto de tranquilidad”.
La humanidad tiene que interrogarse, tanto en su conjunto, como cada cual consigo mismo.
Nunca es tarde para hacerlo. Necesitamos que germinen flamantes horizontes, para estimular otros aires
más saludables, ofreciendo lozanas visiones vivenciales. Lo prioritario es suscitar esa pasión por vivir
unidos, a través de una perspectiva reconciliadora, que es el modo de curar heridas, de vivificar sueños
tejiendo sanas relaciones entre todos, globalizando ese mundo que ya está, pero que necesita hacerlo de
corazón a corazón, cuando menos para hermanarse y activar, de este modo, el vínculo de la familia
humana. Que retorne a nosotros la esperanza, en nuestro constante caminar, es tan vital como
imprescindible.
Bajo esta exploración conjunta, tenemos que asegurar nuestro bien colectivo. La compasión debe
gobernar nuestros andares; para ello, tenemos que despojarnos de todos los vicios, para que nazca la
semilla de la concordia. Tenemos que decir no, y un ¡no! bien rotundo, a esta forma de vivir necia,
desbordada por el talante de la hipocresía, que realmente nos está ahogando en sus miserias. Es injusto
acostumbrarnos a este mal, volvernos perversos e inhumanos a más no poder. Hay que enmendarse, tomar nacientes alientos, respirar nuevos silabarios y renacer con otro ánimo más esperanzador, que ilumine las mentes, pero también el alma, para adquirir fuerza en esa mítica batalla por el cambio.
Tenemos que salir de esta atmosfera destructiva. Hagamos memoria. Repensemos y repongamos
un poder más constructor. Desaparezcan todas las armas del mundo. Las tensiones y los peligros que nos
circundan se resuelven a través del diálogo, no hay otra manera de hacerlo. Negociemos, como seres
pensantes que somos, un itinerario más equitativo y solidario, caminando juntos y juntos reflexionando.
Así es como se avanza en el buen camino. Solamente un espíritu libre que se subyuga a lo auténtico
produce a su vereda, el florecimiento del verso y la palabra. La verdad siempre reverdece en la bondad,
que es por sí misma, un acto de tranquilidad. Ahí radica la ley suprema, el amparo del pueblo; ya que
compartida la carga, todo se vuelve más llevadero y gozoso.
La idea Aristotélica de que únicamente “aquellos que obran bien son los únicos que pueden
aspirar en la vida a la felicidad”, es tan racional como real. Por eso, es fundamental ese examen interior,
para ver cómo se viven las diversas misiones que todos tenemos en esta existencia, el sentido responsable con el que caminamos o el pedestal en el que nos movemos a diario, para regenerarnos como gentes de orden y luz. Una tragedia global como la pandemia del COVID-19, debe despertar en cada uno de nosotros, la actitud de auxilio. No olvidemos jamás que somos un linaje que navega en un mismo mar de continentes, donde el oleaje del mal de uno perjudica a todos. Así de claro y así de efectivo. No tiene sentido el egoísmo entonces.
Está siendo tan fuerte y cruel este hálito egocéntrico que, hasta los mismos gobernantes, suelen
anteponer su ensimismamiento a su donación de servicio, su victoria particular a su compromiso social.
Con este proceder, no podemos entender los actuales signos de los tiempos que nos han tocado vivir. En
ocasiones, estamos tan sumidos y encerrados en nuestro propio entorno que no solemos ver más allá de
dos pasos. Por eso, es menester poner oído y escuchar los diversos lenguajes que la poética del camino
nos ofrece. Quizás nos sorprenda tanta pobreza aglutinada en nuestro interior, y ya no sólo de alimentos,
también de indiferencia y pasividad, lo que hace difícil que nos dignifiquemos y salgamos de este
abecedario tan confuso como cruel. Nos toca, pues, cultivar la clemencia que es lo que nos desarma.

