Vie. Abr 26th, 2024
Foto: Pinterest
Por: Dra. Margarita Mendoza Burgos 

No dejo de sorprenderme de cómo las redes sociales están cambiando nuestras vidas. Empezaron siendo una forma moderna de comunicarse y compartir lo que solíamos comunicar y compartir las personas, es decir, un poco de todo, alegrías, tristezas, logros, preocupaciones… Sin embargo, cualquiera que entre hoy día a las redes sociales se da cuenta de que las preocupaciones, tristezas y fracasos ya no existen en nuestras vidas; han desaparecido como por arte de magia. Solo existe la alegría y la felicidad. Pareciera que las redes sociales han conseguido el milagro de hacernos a todos felices. ¿Será esto así? ¿Qué tan cierto es?

La respuesta es muy simple. Cualquier aficionado a subir a las redes “selfies y happy pictures” sabe perfectamente que se trata simplemente de un intento de mostrar a los demás una imagen idílica de uno mismo; imagen que puede ser real o falsa, o parcialmente falsa; imagen que puede ser forzada, manipulada, y sobre todo, manipuladora, porque tiende a contagiar a otras personas a través de ese mecanismo natural de los seres humanos, que se mueve a un lado y a otro de la frontera entre lo sano y lo insano, llamado envidia.

Vivimos en una sociedad donde la felicidad está muy valorada, no importando si es real o ficticia; lo importante es que lo parezca, lo que se suele llamar “postureo”. Las personas tienden a mostrar lo que creen mejor de ellas, de sus vidas o incluso lo que les gustaría que fuera, aunque sólo sean meras ilusiones sin intención de convertirlas en realidad, para ser valoradas como personas felices ante los demás y ante sí mismas. No importa que la familia sea un desastre. Una simple foto de todos juntos y sonrientes, subida a las redes, la convierte en una familia feliz. No importa que una pareja no funcione; una foto suya en las redes, con actitud cariñosa para la ocasión, la convierte en la pareja perfecta.

El resultado de todo ello es que cada vez una mayor parte de la sociedad, particularmente entre los jóvenes, se ve envuelta en ese mundo de fantasía, en esa burbuja de alegría y felicidad que son las redes sociales. Viven dos vidas paralelas: la vida real, con sus cosas buenas y malas; y la vida virtual, con solo la parte buena de la real, y, sobre todo, con lo bueno de la realidad ficticia, que siempre es buena, porque para eso es artificial. Y todo el mundo sabe que se trata de un mundo irreal, porque, de la misma manera que uno crea su burbuja irreal, racionalmente tiene que asumir que los demás hacen lo mismo, como, de hecho así es.

Sin embargo, da igual; el efecto que provoca esa realidad artificial parece ser tan embriagador como el del alcohol o las drogas. Poco importa si es artificial o no; lo que importa es que uno se siente bien con ello. De hecho, las personas con una vida real bien asentada participan mucho menos de este tipo de relaciones virtuales; la vida virtual tiende a convertirse en el refugio de aquellos cuya vida real no está sólida y bien construida, porque en el mundo virtual es fácil arreglarla; en el mundo virtual todo tiene arreglo y queda “mucho mejor” que en la vida real. Y con la ventaja añadida de que no provoca daño físico, como el alcohol o las drogas. Sin embargo, no estoy segura de que no provoque otro tipo de daño.

Es, quizás, algo temprano para hablar de ello, y será el tiempo quien dé o quite razones, pero hay algunos aspectos psicológicos que quisiera señalar: Tiende a ser adictivo, y toda adicción es dañina. La vida virtual es solo una vida paralela, pero la vida en que nos desenvolvemos es la vida real; nos tenemos que ganar la vida en nuestra vida real; nuestra familia y seres queridos están en la vida real; nuestros retos y problemas que deben ser resueltos o superados están en la vida real. Y todo eso importante de nuestra vida real tiende a verse desatendido cuando se pasa más tiempo y se dedica más esfuerzo a construir la vida ficticia paralela. Y cuando las situaciones cotidianas de la vida real se desatienden, los resultados nunca pueden ser buenos.

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