(Nuestro paseo por aquí abajo tiene un final en la materia. Se aletarga porque sí y sólo se aviva a través del soplo del Creador. Nos ha hecho crecer, acompañándonos con un corazón tierno. También solloza por nosotros, aunque le desilusionemos, con la idolatría que llevamos dentro).
I.- LA CAÍDA DEL CUERPO
La expiración de la materia está ahí,
en cualquier momento nos alcanza;
es un desmayo del que sólo Jesús,
nos puede restablecer con su amor,
despertar y llevar consigo al Padre.
Lo valioso es nutrirse de la palabra,
sostenerse y sustentarse en la cruz,
alentarse y alimentarse de su albor;
así encontraremos el gozo efectivo,
el perdón que repara e injerta vida.
Hemos sido creados para florecer,
y aunque la muerte física aparezca;
el aire de la fe en medio del llanto,
aclara el barro y esclarece barreras,
mueve los pulsos y remueve pausas.
II.- EL CUERPO DE LOS MORTALES
Cristo pereció para vencer la caída,
para dar savia nueva a los humanos,
para proveer de ensueño la materia;
prendiendo los frutos de la bondad,
y disipando los daños de la maldad.
Enfundado el rostro en un sudario,
persevera en nosotros el Salvador,
acojámonos a su auténtica plegaria,
vaciemos las piedras que cargamos,
y pongámonos en aptitud de amar.
Todo será más providencial a la luz,
sólo el Redentor puede elevarnos,
conducirnos y reconducirnos a Él,
en virtud de su eterna humanidad,
y de su noble y humana divinidad.
III.- LA REGENERACIÓN PERPETUA
Todo se eclipsa sin el soplo celeste,
nada es sin el Señor o fuera de sí,
somos andarines con su asistencia,
necesitamos recobrar lo armónico,
y rescatarnos de nuestras miserias.
Sirvámonos ese baño de revisión,
echemos las tinieblas del pecado,
vivamos en los brillos del deleite,
dejemos que la irradiación anide,
y que la luminosidad nos alumbre.
Que la Virgen María nos socorra,
nos refuerce a ser tan compasivos,
como lo fue su humanitario Hijo,
que concibió suyo nuestro dolor,
para no recaer jamás en el tránsito.
Víctor Corcoba Herrero