Por: Dra. Margarita Mendoza Burgos

La actitud caprichosa de los niños es normal a cierta edad; lo que no debería ser normal es que esta etapa de su vida se prolongue más de la cuenta, (a los cinco años ya debería estar superando eso), y ello depende de nuestra actitud como padres ante sus caprichos, los cuales pueden interpretarse de varias formas: la primera es como necesidad de atención afectiva; el niño traduce a lo material una necesidad afectiva. Puede ser cualquier cosa material, sin importar qué, pues en realidad, su necesidad no es esa, sino otra que difícilmente puede expresar con palabras.
Otra interpretación es la búsqueda de ubicación, de referencias; saber claramente qué puede y qué no puede, aprender a qué tiene derecho y a qué no, en definitiva, tener unos límites. Los caprichos son ensayos en los que el niño expresa indirectamente la necesidad de conocer sus límites, sentir la seguridad que da estar vinculado a unas referencias claras y firmes.
Una tercera interpretación es la búsqueda de la autoridad de los padres. Los caprichos son retos psicológicos mediante los cuales, aparentemente, buscan parcelas de poder lo más amplias posible dentro de la familia, pero en el fondo, es al contrario, pues cuanto más poder tienen, más inseguros se sienten, por no saber manejarlo. Inconscientemente, lo que realmente pretenden con el capricho es tantear la autoridad de los padres, y poner a prueba su capacidad para educarles.
Fíjense que en ninguno de estos casos pretenden realmente el objeto del capricho, sino afecto, límites, autoridad, educación. En respuesta, la actitud de la mayoría de padres que optan por conceder el capricho al hijo, responde a alguno de los patrones siguientes: A) Padres consentidores; Consideran que dando a sus hijos todo lo que piden les están demostrando todo su amor por ellos. B) Padres débiles; Se sienten incapaces de decirle que no al hijo por temor al berrinche que los niños usan como chantaje; y ceden ante cualquier pretensión de ellos. C) Padres «comodones»; Acceden al capricho, siempre que no implique riesgo alguno, para no complicarse la vida y para que «dejen de molestar». D) Padres compensadores; De alguna manera reconocen que no dedican al hijo la atención debida, y accediendo al capricho tratan de compensarles. E) Padres condicionadores; Acceden al capricho con la condición de comprometerles en algún otro aspecto. Todas estas actitudes típicas son equivocadas.
Otros padres optan por negar el capricho, normalmente respondiendo a alguno de estos patrones: A) Padres autoritarios; Deniegan el capricho con autoritarismo, con un simple «no» y punto. B) Padres «comodones»; Cuando el capricho implica algún riesgo, lo deniegan por no complicarse la vida y no asumir responsabilidad alguna por dicho riesgo. C) Padres equívocos; Engañan al hijo accediendo de palabra, pero no de hecho, postergando el cumplimiento con excusas. D) Padres educadores; Saben interpretar adecuadamente el capricho y habitualmente responden que no, explicando en pocas y simples palabras por qué no, con la suficiente suavidad y serenidad para no herirlo, y a la vez, con la suficiente seguridad y firmeza para que quede claro y el hijo no insista. Además, suelen tener la «habilidad» para intuir cuándo, excepcionalmente, un capricho sí puede ser complacido. Esta última es la única actitud correcta. Integrar a los hijos armoniosamente a su verdadero papel en la familia, y, en definitiva, en la sociedad, debe ser precisamente el objetivo fundamental de la educación que los padres les ofrecemos.