Por Ismael Cala
Mientras expertos de distintos países alertan sobre un calentamiento acelerado que nos empuja a un territorio desconocido, esto me llevó a pensar cómo algo dentro de nosotros parece calentarse también, no por el clima que cambia, sino por la forma en que enfrentamos los días, las cargas, las tensiones acumuladas, la sensación de vivir en un contexto que no deja espacio para la pausa ni para escucharnos. No es solo el planeta el que se desajusta, es la vida interior cuando pierde su punto de equilibrio.
Pareciera revelarse otra capa menos evidente pero presente: estamos viviendo en ambientes que ya no dan tregua, en donde entre el ruido exterior y el acelerado ritmo interior, podemos volvernos más reactivos, menos pacientes y más vulnerables al desorden interno.
Entonces, aparece el verdadero punto de quiebre y es que no es la temperatura lo que nos desregula, sino la falta de espacios donde nuestra energía pueda reposar. Porque cuando todo afuera sube, si dentro no existe un lugar de frescura, terminamos viviendo en un permanente estado de sobrecalentamiento emocional. No es estrés sino un modo de supervivencia que se vuelve costumbre.
Por eso, este momento es una invitación clara a crear microclimas internos donde respirar se sienta posible. Que tal un banco a la sombra o una conversación que nos devuelva a la calma. Pareciera que se han convertido en lujos, pero en realidad son actos de autocuidado que mantienen vivo lo que somos en medio de ciudades que nunca bajan el ritmo.
Quizá el termómetro global no dependa de nosotros, pero la temperatura de nuestra alma sí y bajarla no implica aislarnos, sino aprender a regularnos y decir “¡hasta aquí!” para poder escuchar al cuerpo y abrazar la lentitud cuando todo reclama velocidad. Hay una sabiduría profunda en enfriar la mente para recuperar claridad.
Y si al final del día sientes que el mundo exige demasiado, recuerda que siempre hay un lugar donde puedes volver y es a ese espacio íntimo donde tu energía se ordena y tu vida vuelve a tomar forma. Crea ese refugio. Habítalo. Y desde ahí, camina más ligero, porque, aunque el clima cambie, tu manera de estar en él puede convertirse en tu mayor acto de conciencia.
Mientras expertos de distintos países alertan sobre un calentamiento acelerado que nos empuja a un territorio desconocido, esto me llevó a pensar cómo algo dentro de nosotros parece calentarse también, no por el clima que cambia, sino por la forma en que enfrentamos los días, las cargas, las tensiones acumuladas, la sensación de vivir en un contexto que no deja espacio para la pausa ni para escucharnos. No es solo el planeta el que se desajusta, es la vida interior cuando pierde su punto de equilibrio.
Pareciera revelarse otra capa menos evidente pero presente: estamos viviendo en ambientes que ya no dan tregua, en donde entre el ruido exterior y el acelerado ritmo interior, podemos volvernos más reactivos, menos pacientes y más vulnerables al desorden interno.
Entonces, aparece el verdadero punto de quiebre y es que no es la temperatura lo que nos desregula, sino la falta de espacios donde nuestra energía pueda reposar. Porque cuando todo afuera sube, si dentro no existe un lugar de frescura, terminamos viviendo en un permanente estado de sobrecalentamiento emocional. No es estrés sino un modo de supervivencia que se vuelve costumbre.
Por eso, este momento es una invitación clara a crear microclimas internos donde respirar se sienta posible. Que tal un banco a la sombra o una conversación que nos devuelva a la calma. Pareciera que se han convertido en lujos, pero en realidad son actos de autocuidado que mantienen vivo lo que somos en medio de ciudades que nunca bajan el ritmo.
Quizá el termómetro global no dependa de nosotros, pero la temperatura de nuestra alma sí y bajarla no implica aislarnos, sino aprender a regularnos y decir “¡hasta aquí!” para poder escuchar al cuerpo y abrazar la lentitud cuando todo reclama velocidad. Hay una sabiduría profunda en enfriar la mente para recuperar claridad.
Y si al final del día sientes que el mundo exige demasiado, recuerda que siempre hay un lugar donde puedes volver y es a ese espacio íntimo donde tu energía se ordena y tu vida vuelve a tomar forma. Crea ese refugio. Habítalo. Y desde ahí, camina más ligero, porque, aunque el clima cambie, tu manera de estar en él puede convertirse en tu mayor acto de conciencia.
