Vie. Abr 19th, 2024

En la Universidad de Stanford, una de las más prestigiosas de los Estados Unidos y donde estudiaron celebridades como el presidente John F. Kennedy, el magnate Elon Musk y el escritor John Steinbeck, se dio un interesante fenómeno que mereció un análisis detallado. 

Sus estudiantes vivían en un entorno de tal exigencia que no paraban de hacer tareas ni siquiera cuando estaban enfermos. 

Eso dio origen al llamado Síndrome del Pato de Stanford. 

La analogía tiene que ver con el comportamiento de estas aves cuando nadan, ya que parecen tranquilas por arriba del agua, pero por debajo de ella no paran de mover las patas. 

Llevado al mundo real, se trata de aquellas personas hacen todos los esfuerzos posibles, y sin que sean percibidos, con tal de aparentar algo que no son para recibir aprobación.

 Esta llega a través de aplausos, de reconocimientos y, cada vez más importante, en el mundo digital a través de likes. El problema viene cuando a pesar de todo la aprobación no llega, entonces sienten que no valen la pena, que son menos que los demás y entran en una crisis.  

Esto afecta sobre todo a las personas jóvenes y con baja autoestima, que son aquellos que tienen la necesidad de ser revalidados constantemente por los que le siguen en las redes. No suelen tener una imagen propia positiva, sino que la construyen de acuerdo al parecer y los likes de otros. Al final acaban siendo y haciendo no los que ellos quieren sino lo que el resto decida.  

 Dicha situación es más proclive en las mujeres , que por lo general tienden a ser más competitivas entre sí, que los hombres. Ellas necesitan más revalidación que los varones y si no encuentran este eco o refuerzo positivo en los demás se sentirán poco adecuadas para cualquier actividad en su vida social. 

Es fundamental que aprendan a quererse por sí mismas y entender que no valen solamente por la aprobación de una cantidad de personas -muchas veces ajenos a ellas- que les dicen qué tanto valen o no a través de comentarios en las redes sociales. 

 En ese sentido, la intervención de los padres es importante para tratar de tener un límite en cuanto a tiempo y de uso de los aparatos digitales o tecnológicos que poseen. 

 Además deben ir aprendiendo a discernir entre los comentarios y su validez, sobre todo de donde provienen y su cercanía con ellos. Es decir, no vale lo mismo la opinión de la mejor amiga que la de un desconocido.   

 Es importante poner límites, es bueno y necesario. Recordemos que los límites sirven para crear espacios que proporcionan más seguridad en quienes tenemos a nuestro cargo. Después, por supuesto, hay que trabajar mucho en su autoestima para evitar que un posteo o una falta de likes no deriven en una depresión.

 Para eso es fundamental trabajar desde la aceptación de lo que somos. Primer paso: admitir que no siempre seremos perfectos. Reconocer que somos poseedores de aspectos buenos y malos, los cuales podemos hacer crecer o decrecer según nuestra propia voluntad. Sin embargo, eso debe basarse en algo real. Ejemplo: un niño puede sentirse bien con él mismo aunque no le agrade el tener las orejas un poco despegadas o una nariz algo curvada, pero puede que al mismo tiempo tenga habilidad para las letras más que para las matemáticas y en ese caso puede que trate de sobresalir en el aspecto más valorado por él mismo.

 Por supuesto que nadie es perfecto. Sin embargo, nos cuesta mucho admitir nuestra imperfección y esa es la razón por la cual se dan los casos del Síndrome del Pato. Cada vez hay que ocultar más nuestras imperfecciones, ya que la exposición continua y la falsa apreciación nos empujan a eso.

 A esos “otros”, los espejos en los que nos comparamos, los vemos como seres superiores que no tienen problemas en nada y exhiben una apariencia perfecta. Pero no es así, la mayoría de las veces es parte de una realidad ficticia y de imágenes falsas retocadas en Photoshop. 

 Cuanto más nos exponemos, más seremos víctimas de querer alcanzar una perfección que no existe. Todos tenemos derecho a intentar mejorar, pero recordemos que somos humanos y como tales somos imperfectos.  

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