Dom. Dic 8th, 2024

Las comparaciones son odiosas. Eso ya lo sabemos.

 Sin embargo, desoyendo nuestra voz interior, lo seguimos haciendo. Como padres, por ejemplo, tendemos a comparar a nuestros hijos, tanto entre ellos mismos como con el resto.  

Sin darnos cuenta, lo que estamos haciendo es etiquetarlos en una serie de aspectos que deseamos para ellos sin contar con lo que son y lo que les gustaría ser. No les permitimos ser ellos mismos. De esa manera los convertimos en seres inseguros, con baja autoestima y con una relación en cierto modo conflictiva con los padres al punto de que puedan pensar que jamás llegarán a complacernos en su totalidad. 

Peor aún es cuando la comparación es entre hermanos, porque eso inevitablemente crea rivalidades y celos en la familia. En el afán de motivarlos, se les exige que sean iguales o mejores en ciertos aspectos y a lo mejor el hijo no está interesado o tiene otras cualidades. 

Uno puede sobresalir en el desarrollo físico y ser muy bueno en los deportes mientras que otro puede destacar en las matemáticas o literatura. “La personalidad comienza donde las comparaciones se terminan”, solía decir el genial diseñador alemán Karl Lagerfeld, que por años estuvo a cargo de la casa Chanel. 

El motivo de esta tendencia está relacionado con lo que hemos vivido culturalmente y eso explica por qué lo usamos como referencia de nuestras aspiraciones. Los latinos somos muy proclives a eso, incluso se extrapolan en artistas, deportistas y escritores. Así, con facilidad podemos decir que alguien es la Marilyn Monroe salvadoreña, el Messi cuscatleco o el Michael Jackson vernáculo. 

Como conglomerado de una cultura y valores latinos nos comparamos sobremanera con los sajones, teutones, nórdicos o cualquiera que nos pueda aventajar. Normalmente esa tendencia a usar la comparación es  la usamos tambien para sentirnos mejor con alguien que consideramos inferior.  A la larga es falta de seguridad en nosotros mismos.

Debemos reconocer que algún tipo de comparación podría no resultar nociva, sobre todo si no lo usamos como recurso trillado una y otra vez. Sin embargo, desgraciadamente siempre terminamos cayendo en la repetición, ya sea para ponderar o para minimizar. Y de repente entonces surgen frases como “Mira tu primo, obedece a su mamá y no protesta” o “deberías de aprender de Fulanito, que siempre trae buenas notas”. 

La psicóloga estadounidense Rebecca Schrag Hershberg, autora de The Tantrum Survival Guide, afirma que “vivimos en una cultura que fomenta la competencia y el individualismo sobre la comunidad y el colectivismo, y esto ciertamente no excluye a los padres”. Para ella, “siempre habrá otro niño que sea más inteligente, más atlético, más talentoso, más obediente que el tuyo, así como niños que no sean tan inteligentes, atléticos, talentosos y obedientes como el tuyo. Pero comparar a sus hijos con los demás nunca es una buena idea, y oponerse a esta tendencia requiere intencionalidad y práctica».

Podemos, en cambio, hablar de valores, actitudes que nos agradan o disgustan en general. Sobre ellos se puede tratar de percibir qué es lo que los define y qué les gustaría adquirir. En síntesis, aceptar tal cual son, disfrutando de sus virtudes y desafiando sus defectos. 

Por lo general, a cualquier joven las comparaciones le harán sentirse inseguro y dudoso de su identidad, lo que provocará una incomodidad para moverse en todos los ámbitos.

 Lo bueno es que con una terapia adecuada esa inseguridad puede desaparecer con cierta facilidad. 

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