Vie. Abr 26th, 2024

Por Margarita Burgos

Cada vez con más frecuencia vemos parejas que se divorcian. En algunos países, las cifras son alarmantes. En España, por ejemplo, el índice es del 57%. En Portugal, 64%. Estos son solo dos casos a nivel global de cómo terminan las crisis matrimoniales. Y eso sin contar con otros casos donde la pareja termina separada pero no acaba en divorcio ya sea porque no estaban casados o porque la ruptura se dio, pero no terminó reflejada en un documento oficial. 

 El dicho “hasta que la muerte los separe” pronunciado en el altar no siempre se da. La separación llega antes que la muerte, y abundan los factores. 

 ¿Inevitablemente toda crisis debe terminar en divorcio? Está claro que no. Depende, en cierta medida, del origen de la mala relación de pareja. Muchas veces es posible superar los problemas con la ayuda de un experto y buena voluntad, pero si esta última no existe de ambas partes todo será más difícil. No alcanzará con el amor que dicen profesar uno a otro.

 Hay situaciones que resultan insalvables y que la separación es la única vía posible, como en el caso de maltrato o abuso de la pareja o los hijos. Si el abuso es físico y/o sexual no hay otra alternativa que la separación absoluta. Lo mismo ocurre con casos donde uno de los integrantes de la pareja tiene problemas graves de alcoholismo y no pueda manejarse socialmente, peor si consume drogas. También aplica para ludópatas, ya que el juego dinamita la relación de pareja y además puede repercutir en pérdidas económicas importantes.  

 Diferente es el caso de maltrato sutil o psicológico  de pareja o de los hijos , que podria  tener solución. Ante una situación así,  lo primero que se  tiene que hacer es admitir la situación y no negarla. A partir de ahí, puede consultar con amigos cercanos y familiares para gestionar emocionalmente la situación pero definitivamente  se debe  consultar a un psicólogo o profesional adecuado ; ya que la terapia ofrece herramientas para combatir el maltrato y ayudara a mejorar la autoestima da~ada . 

 Sin embargo, el tema que genera más debate y opiniones más diversas es la infidelidad. ¿Debe perdonarse o es causal inmediata de divorcio? El abanico es amplio. Por un lado están los que no soportan un engaño amoroso y un “desliz” de su cónyuge es suficiente motivo de separación. Otros, en cambio, son más flexibles y otorgan “una segunda oportunidad” y buscan ayuda terapéutica para salir adelante. Pero de nada servirá eso si alguna de las dos partes no tiene la voluntad de cambiar.  

 Tampoco parece ser igual si la infidelidad la comete el hombre o la mujer. La tendencia es, en cierto modo, aceptar lo del hombre como algo propio de su naturaleza de macho, algo que a la mujer obviamente no se le permite. No son pocos los casos de las mujeres que aún sabiendo de las aventuras amorosas de sus esposos, prefieren mirar hacia otro lado -hacerse del ojo pacho dirían los salvadoreños- con el fin de mantener la armonía de la familia. Aceptan tácitamente una convivencia hogareña, pero sin sexualidad ni contactos afectivos (muchas veces hasta duermen en camas separadas) por el bien común, el de los hijos y para evitar el “qué dirán”. 

 Sin embargo, ocultar tras una fachada esa falsa vida matrimonial no siempre es fácil, especialmente en lugares de escasa población, donde todos conocen a todos y uno queda expuesto con mucha facilidad.  

 Un aspecto importante es la sexualidad. Muchas mujeres aceptan la infidelidad de un marido cuando ambos son añosos, ya que consideran que ya no pueden darle lo que su esposo necesita en cuanto a su apetito sexual. Pero más allá de que eso arruine el matrimonio, también es perjudicial para la salud. Por andar de machos, de infidelidad en infidelidad a veces hasta contraen enfermedades que hasta sin querer o mucho contacto físico pueden transmitir,  y no solamente las enfermedades venéreas reconocidas como sífilis y gonorrea sino incluso el VIH. 

 Algo que sí puede frenar un divorcio son los hijos, especialmente cuando éstos son pequeños. Si bien el cuidado de ellos implica un alto grado de estrés, el nivel de tolerancia entre los integrantes de la pareja puede aumentar para no perjudicarlos. Sin embargo, para otros matrimonios la llegada de un hijo es el principio del fin: las dinámicas del hogar se modifican por completo y las rutinas que llevaba cada miembro de la pareja se alteran. Todo queda en un segundo o tercer plano, entre ellos la vida de pareja. Y eso, si no se gestiona bien, también puede terminar con un final amargo.

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